martes, 30 de marzo de 2010

Ese Peligroso Mundo del Rol

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Tengo un amigo que se preocupa por mí, pero con total sinceridad, el pobre es un tipo muy bien intencionado y con una ejemplar conducta convenientemente socializada. Este amigo mío, que si se pierde los nodos de Urdaci, es porque estaba viendo los de Antena 3, vino a mí escandalizado:

  • El otro día estuve en tu casa, tú no estabas, y vi algo que me tiene francamente preocupado - se dirigió a mí con su paternal mano sobre mi hombro.
  • ¿Qué viste?
  • No te hagas el tonto. Lo he visto.


Me miró fijamente, esperando una confesión. La seriedad de su semblante era mayor a la que me había tenido que acostumbrar desde que se dejó el bigote y se peinó el flequillo hacia la derecha. Más incómodo por el silencio y, por qué no decirlo, por el hecho de que me estubieran clavando la mirada sin pestañear durante más tiempo de lo que aconsejaría cualquier oculista, insistí:

  • En serio, ¿Qué coño viste?
  • Un juego de rol, lo he visto, se te había olvidado guardarlo. Estaba sobre la mesa.
  • Era eso... – evité reírme en ese momento porque veía venir por dónde iban los tiros - te refieres a mi juego de rol.
  • Sé sincero, ¿Tú juegas al rol?
  • Sí, juego.
  • ¿Y lo saben en tu casa?
  • Lo intuyen.
  • Tienes que dejarlo ya. ¿Has visto la tele?


En ese momento me vino a la cabeza aquella noticia que estuvo pululando por ciertos canales de desinformación. Unos depravados habían intentado cortarle el dedo a una chiquilla. En la noticia llegaban a decir que los sospechosos jugaban al rol en lugares ocultos y que aquel acto vandálico formaba parte del juego de rol, que era una especie de trofeo.

  • Lo cierto es que cada vez veo menos la tele, está llena de basura.
  • Yo sólo veo los documentales de la dos – sí, claro - y los telediarios para mantenerme informado.
  • Pues si lo que quieres es informarte, olvida los telediarios, los periodistas de hoy en día no están al servicio de la información, sino al de la manipulación.
  • Exageras.
  • ¿Quieres estar informado de lo que es un juego de rol? Pues no te voy a pedir que te leas un libro, te voy a invitar a casa de unos amigos y, si quieres, juegas con nosotros o simplemente observa.
  • De acuerdo – me respondió desconfiado - pero que conste que unos amigos míos que tengo sabrán en todo momento en dónde me encuentro.


Llegó el día de la partida. Ahí estaban mis amigos, sentados alrededor de una mesa, con una taza de té enfrente de ellos y unas galletas. Le sonrieron.

  • ¿Quieres jugar? – Dijo Vito, el director de juego - puedo darte un personaje predefinido...
  • No, gracias, sólo estoy aquí para observar.
  • Como quieras... Mira, te presentaré la peña, éste de aquí es Goyo, llevará un mercenario en la Tierra Media; este otro se llama Sergio y hará de un elfo mago; Pedro, el que está a mi derecha, tendrá un elfo que es un noble; Luis, el que ves con un escudo del Sevilla, hará de jinete de Rockham; Germán será un montaraz y yo, un corsario.


La respuesta de mi amigo fue un gesto de desconfianza.
La tarde fue lo que cualquier rolero ya sabe, una partida de personajes se enfrenta a una serie de problemas propuestos por el director del juego; los dados y nuestra imaginación actuando en equipo, consiguen, al menos, pasar una agradable tarde sentados alrededor de una mesa, hablando, riendo y compartiendo alguna cervecilla o algunas patatitas.

A la salida le pregunté:

  • ¿Te parecemos peligrosos?
  • No, por ahora no, pero esto no me parece muy normal. Es decir, os ponéis a decir que matáis a gente y les cortáis la cabeza. De ahí a hacerlo, no sé qué queda...
  • ¿Qué es lo normal para ti?
  • Pues, no sé, el fútbol, por ejemplo. Tendrías que venir un día conmigo al campo. Mira por dónde, esta semana viene el mejor equipo del mundo a jugar, yo tengo unos amiguetes que son de ahí, vente y verás lo que es pasarlo bien.


Dada la buena intención que había puesto mi amigo, opté por acompañarle.
Llegado el día, me encontré primero que había que pagar la entrada, 20 euros la más barata. Empezamos bien.
Mi amigo se acercó a unas quince personas, todas con la cabeza rapada, bufandas con hachas, banderas con esvásticas y camisetas del Real Madrid. Tras una serie de saludos y botes de rigor cantando “este partido, lo vamos a ganar”, se percataron de mi presencia.

  • ¿Quién es ése?
  • Es un colega que nunca ha ido al fútbol.
  • ¿No será maricón?


Saludé cordialmente con la mano y la más inofensiva sonrisa que podía mostrar, sin enseñar los dientes, claro, para no mostrar signo alguno de amenaza.

Subimos al estadio y, tras unos empujones, apretones, nos situamos en el centro de una barrera policial, en un limitado espacio en el que juraría que no cabría físicamente la gente que allí había.

Comenzó el partido.

Tras unos minutos de rigor, con peloteo de una a otra parte, un delantero corre con la pelota, le da un codazo a un defensa y se escapa por velocidad hasta que un defensa le pega una patada en la rodilla. El delantero llora en el césped. Los amigos de mi amigo gritan cosas ininteligibles. Alzan las manos violentamente, en una ocasión recibo un golpe en la oreja. Los policías empiezan a mirar nuestra zona porque, no sé cómo, parece que alguien ha hecho una hoguera o algo así por delante.
Los defensas de un equipo están a punto de liarse a tortas con los delanteros del otro.

  • Árbitro cabrón, hijo de puta. – grita mi amigo.
  • Habría que rajarle el cuello – responde su amigo.
  • Ya nos desquitaremos – grita el gigante que está detrás mío y que me da mucho miedo.


El partido continúa. No ha pasado gran cosa. Llega el descanso y cada uno saca un bocadillo y todavía no han terminado de comérselo cuando comienza la parte final.
Hay más de lo mismo. Un jugador de un equipo se escapa de dos tipos con unos regates.

  • Ese tío no tiene que llegar al área, rómpele la pierna, hijo de puta.


Dice el que está detrás mío, en todo este tiempo, cada vez que ha dicho “hijo de puta” me ha decorado la nuca con deliciosas migas con saliva. No me giro a decirle nada porque en estos momentos estoy muy ocupado en que no me dé un infarto.

Finalmente, un defensa se tira para hacerle daño en la pierna al de los regates y éste cae y se lo tienen que llevar en camilla. En fin.
En una jugada que no pude ver muy bien porque sucedió en el otro lado del campo, alguien mete un gol, sí veo que lo celebra haciendo el corte de manga y tocándose los genitales. Me doy cuenta de que ese tipo sale en anuncios de la tele que mi sobrina de once años tiene un póster suyo colgado en la pared y mi sobrino pidió su camiseta para su cumpleaños.

El de atrás, en vez de alegrarse de que su equipo hubiera metido un gol, grita con un tono preocupantemente enfadado, con su cuello lleno de venas hinchadas, la cara colorada, la boca desencajada y una mirada que asustaría al pit bull de mi vecino.

  • Gooooooool. Chupádmela cabroneeeeeeeeeeees.


Gracias a Dios, termina el partido. Los amigos de mis amigos van a ir a celebrarlo a una plaza y a “cascar a la morralla”.

  • ¿Te ha gustado? – me pregunta mi amigo que no parece haberse dado cuenta de nada.
  • Bueno... Esto no me parece muy normal. Es decir, os ponéis a decir que matáis a gente y que les rajáis los cuellos. Entiendo porqué el fútbol provoca más muertes y actos de vandalismo en un año que el rol en diez, lo que no entiendo por qué los servicios de desinformación fomentan esta masificación irreflexiva de personas.
  • ¿Tú has seguido la trayectoria de un equipo, con sus goles, su posición en la tabla, sus triunfos?
  • No.
  • Entonces ya entiendo por qué no te gusta el fútbol, no puedes comprender lo que es sentir como tuyas las alegrías del equipo al que le has cogido cariño...
  • ¿Y tú has leído alguna vez un libro por propia voluntad?
  • No.
  • Entonces ya entiendo por qué no te gusta el rol, no puedes comprender lo que es sentir como tuyas las aventuras de los héroes a los que les has cogido cariño...


Texto de Francisco Corbacho.
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